Danos, Señor,
el libro nuestro de cada día, tenemos sed de justicia: es nuestro vino; nos
morimos de hambre de amor: es nuestro pan.
Danos labios
puros para leerlo, manos limpias para tocarlo, candor para merecerlo. Está
hecho también para que los hombres malos lo lean, porque él es agua clara en
que se purifican las almas sucias, aroma fina para todas las llagas.
Danos el libro
que todos pueden leer, el que sea para todos como el sol y todos lo entiendan
como el agua. El que nos alumbre en este largo camino que se llama vida:
queremos luz; el que nos levante de esta tierra en que nos arrastramos:
queremos alas.
Lo queremos
suave de corazón, lleno de cantos como un árbol, y que descanse en nuestras
rodillas como un niño. No importa que sea humilde, con tal que se ofrezca a la
mano como un fruto: o que sea débil en aparencia, con tal que llene un nido.
Le haremos su
casa, para que en ella viva con decencia; lo defenderemos de las manos pérfidas
que lo acechan, para que sirva a todos; lo levantaremos del suelo cuando se
caiga, para que otros no lo ultrajen; lo vestiremos, si está desnudo, con la
seda de nuestra devoción contenida. En él viven almas que tuvieron el dolor de
nuestro mismo llanto, sufrieron en carne viva otras ideas, se desesperaron por
otros ensueños; pero él no estará quieto en su casa, porque fue hecho con la
inquietud, con el dolor y el amor de cada día, y por eso, cuando sea más oscura
la noche y el camino más pavoroso de peligros, él saldrá a dar el pan y el vino
a los que tienen sed de justicia, hambre de amor.
Los niños ricos
lo leerán y los de los pobres lo amarán, porque los hombres lo hicieron para
todos los hombres. Irá, de mano en mano, como la buena semilla de tierra en
tierra, y ha de ser tierno como el nido; delicioso, entero como el fruto.
Cuando todos
los hombres lo lean, se apagará la llama horrible de la guerra, el rico no
explotará al pobre, y habrá riso y buena acción en el mundo, canción en la
tarea, y no se odiarán más los hombres de buena voluntad. Ni habrá niños
descalzos, niños que alzen las manos para pedir sino para dar. Todos creerán en
un mismo Diós; ni el arte, ni la ciencia, ni la religión serán el privilegio de
los unos, y la vida tendrá entonces su más alto sentido.
Danos, Señor,
el libro que trae llamas en la frente como el profeta que nos bajó del cielo.
Este no es el barco cañonero que trae gente armada; este barco trae libros para
los niños o los sabios y los que tienen hambre de conocimiento, sed de
misericordia.
Danos, Señor,
el libro del Norte y del Sur, y el que está escrito con espíritu, y el que sabe
a la amargura más íntima del corazón. Los hombres buenos — que son más que los
hombres malos — salen a recibirlo con los brazos abiertos. Danos, Señor, el
libro antena, aquél en que repercuta el grito de los otros hombres, el que
copia el paisaje de las otras lontananyas. Y deja, Señor, que él nos alumbre en
este largo viaje de la vida y nos sea claro como el torrente, generoso como el
fruto, blando como el nido; y que solo se nos caiga cuando llegue la muerte.
O texto é do hondurenho
Rafael Heliodoro Valle e li-o transcrito por Sebastião da Gama no seu Diário no
conjunto de “páginas de férias”, de 1949. Heliodoro Valle (1891-1959) passou a
viver no México desde cedo. Professor universitário, desempenhou também
o cargo de embaixador do seu país nos Estados Unidos. Foi autor de obras como El rosal del ermitaño (1911), El perfume de la tierra natal (1917), Ánfora
sedienta (1922), El
espejo historial (1937), Cronología de la cultura (1939), Unísono amor (1940), Poemas
(1954), Flor de Mesoamerica (1955) e Historia de las ideas contemporáneas en
Centro-América (1960), entre outras.
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